(Universidad de la experiencia. Clase de Literatura.)
(Así fue mi ficha de lectura de Werter presentada y corregida, calificada y glosada.)
(¡Perdón por la irreverencia!)
Hoy, día de San Juan, es un buen día para comenzar mi resumen, hoja de lectura, de la obra de Shakespeare, “El sueño de una noche de San Juan”. Aunque tengamos bien claro que se refiere a la noche de San Juan Bautista, 24 de junio.
(Así fue mi ficha de lectura de Werter presentada y corregida, calificada y glosada.)
(¡Perdón por la irreverencia!)
Hoy, día de San Juan, es un buen día para comenzar mi resumen, hoja de lectura, de la obra de Shakespeare, “El sueño de una noche de San Juan”. Aunque tengamos bien claro que se refiere a la noche de San Juan Bautista, 24 de junio.
También Werther
está esperando a que le haga su ficha de lectura. Me siento como el
psicoanalista con el sillón vacío esperando y la sala de espera llena. Si
respeto las citas, San Juan tiene el número 3 y tiene sueño y un sueño que
contarme pero Werther que tiene un número posterior tiene prisa y le va en ello
la vida y el amor y además el psiquiatra también tiene derecho a elegir a sus
pacientes, enfermos o clientes, según le convenga a su preparación académica,
al estado de ánimo de de su día, de su buen o mal humor, o al pie con el que se
bajo de la cama cuando sonó el despertador.
Estoy
por incluir a ambos en el mismo paquete y matar a los dos pájaros de un tiro.
Así, por lo menos, a uno de ellos le evitaría el suicidio[MA1].
¿Qué tal
si entre todos los entresijos de enamorados del Sueño metiera una pareja de
más, o un trío, como es este caso con Werter, Carlota y Alberto, en una capa de
cebolla añadida, interactuando con Oberón y Titania, con el Conde Teseo y con
la Reina de las Amazonas, con los jóvenes enamorados y con los artesanos de las
bambalinas (con éstos furtivamente me colaría yo como curioso y mentecato
observador), interaccionando como si de una nueva esfera adicional no prevista
se tratara en el universo multidimensional de la vida[MA2]?
Ésta no
es idea mía, pues los científicos actuales que trabajan e investigan sin
paraguas bajo la lluvia y las tormentas de ideas en sus laboratorios colectivos
están fuertemente apostando por la dimensión adicional.
Apuesto
a que Shakespeare lo habría hecho si hubiera llegado a tiempo a leer este
libro. Y si no él, mi amigo Claudio (Nadie) quien, según confesión propia,
disfrutaba destrozando clásicos, no lo habría dudado ni por un momento.
A la
hora de abordar este trabajo, el mío, mi ficha de lectura en la clase de
creatividad literaria de la universidad de la experiencia, me autorizo ciertas
licencias sin consulta previa al doctor y director de esta tesis o proyecto, en
este caso a mi profesor de literatura[MA3].
(¡Cuán
osado y arriesgado soy!)
Se trata
de uno o dos trucos que me hagan más fácil la redacción de mi trabajo:
Uno de
ellos, el primero, sería hacer uso del cómodo método de ir al rincón del vago o
a otras páginas de internet y aplicar la útil herramienta de cortar y pegar o
de copiar y pegar[MA4].
Eso es
al fin y al cabo, lo que hacen y han hecho todos los escritores desde que uno
de ellos, el primero, negro y anónimo, escribió El Génesis.
Sólo
algún valiente (o cobarde, según el punto de vista desde el cual se mire), como
Miguel Delibes, lo ha confesado: “El idioma estaba ahí antes de que yo
llegara y lo usé a mi antojo como mejor supe” (o algo parecido) o como
León Felipe: “Recogí la palabra que otros me entregaron y la amasé para
hacer con ella nuevo pan candeal” (o algo así).
Goethe
escribió vida y poesía oponiéndolas como si estuvieran enfrentadas.
En todo
caso podrían ser las dos caras de una misma moneda,
los dos
puntos que definen el segmento en una recta infinita,
el punto
de congelación y el punto de ebullición de la vida,
igual de
lejanos y equidistantes del cero absoluto y del big bang,
o el
proyector y la pantalla en el cine de barrio de la Taberna (¡Sí, he dicho
taberna!) de Platón.
Pero a
estas alturas de la vida, en la universidad de la experiencia y con la mochila
de la experiencia cargada de mil experiencias y las alforjas repletas de
triunfos estallados en mil burbujas de jabón o de champán y los zurrones
llenos, como cofre de pirata, de ricos collares de fracasos de perlas, tenemos
material abundante, más que suficiente, para cortar con el hacha
afilada o la tijera desde la amarga cruz
de la vida y pegar en la dulce cara de la poesía o la composición
literaria.
(¡Qué bien me ha quedado!)
(Por un momento he pensado que si la expongo y
la pongo a la venta en la tarima que me prestaría un amigo en el mercadillo
dominical del parque de Las Norias
podría sacarme unos euros y con ellos tomarme unas vacaciones y
abandonar por unos días mi trabajo habitual en la puerta de la Concatedral de
la Redonda)
(Pero más vale pájaro en mano. Hay conficto y coincidencia de
horarios)
Goethe pintor poeta y funámbulo,
escapando, huyendo, de Werter[MA5].
Después le negaría al menos tres veces.
Después le negaría al menos tres veces.
Caminado
en la cuerda floja entre las dos torres de la catedral, entre el pañal y el
sudario, firmemente los pies apoyados en la senda del filo de la navaja, las
manos firmemente amarradas a la pértiga y a la pluma que le sujeta, como me
sujeta mi pluma a mí, y a la que a su vez sujeta, venciendo así la gravedad de
los infiernos y elevándose como Dédalo e Ícaro alados, como el albatros y el
cóndor o como Hermes Mercurio por encima de las cotas donde el termómetro de
mercurio no tiene escritas en su escala las marcas del bien y del mal.
No
estamos solos. Nuestros monstruos nos acompañan allá donde quiera que vamos.
Unas veces son simpáticos animales, mascotas domésticas y caseras. Otras veces
molestos insectos o moscas cojoneras y otras incómodas fieras y bestias
salvajes.
Holograma.
Universo multidimensional.
Cuando
el Gran Cinematógrafo proyecta su película en la pantalla del gran cine de
barrio de la Taberna podemos acercar o alejar la pantalla y enfocar o
desenfocar la vida presentada. Las pantallas
pueden ser múltiples, tantas como capas tiene la cebolla, tantas como
esferas tiene el infierno en la divina comedia, tantas como cornisas o terrazas
tiene el purgatorio, tantas como niveles vibratorios tienen los paraísos
celestiales, tantas como universos paralelos puede tener un Sueño en la noche
de San Juan.
Hoy,
desde mi holograma en la Taberna me dispongo a cortar y clavar:
Cortar con la cuchilla afilada de la
guillotina, con el hacha de Odín, el vikingo, o con la tijera de podar los sarmientos
de la Viña del Señor, la que da la uva con la que se hace el Buen Vino y
clavar con los clavos de Cristo que
empeñó Joaquín Sabina en el rastro de Portobello y que yo pude comprar y compré
con treinta monedas de plata que encontré en uno de los bolsillos de mi raído
gabán. (Nunca, por mucho que intenté hacer memoria, llegue a recordar cómo
éstas llegaron a mí.)
08 de marzo de 2011
Hoy es San Juan de Dios.
26
de marzo de 2011
Cuando
Goethe escribió Werter lo primero que necesitó fue buscarse un amigo a quien
dirigir sus epístolas.
Pablo de
Tarso, a quién le salió calló en la falangeta del dedo corazón, no tenía ese
problema pues tenía multitud de amigos en todos y cada uno de los puertos del
Mare Nostrum, pero para contar lo que tenía que contar Goethe no sirve
cualquier amigo. Tiene que ser alguien muy especial. Nosotros, algunos niños,
tenemos el Amigo Imaginario. Es nuestro mejor amigo, quien de verdad nos
entiende. Goethe lo llamó Guillermo y, así mismo, a sí mismo se llamó Werther.
No es coincidencia que cumplieran años el mismo día, el 28 de agosto.
Siempre
hay una estrecha relación entre creador y creado, entre padre e hijo, entre
autor y obra.
La obra,
el hijo, el creado tiene una ventaja. Por lo general vive más tiempo en la
historia y en la memoria de los hombres que sus progenitores y además todo
padre se preocupa cuando engendra un hijo por mejorar la raza en la medida de
sus posibilidades. Otra cosa es que lo consiga.
Algunos
hijos salen protestones, como Prometeo, y se rebelan contra su padre. Esto les
acarrea un destino cargado de cadenas. Otros, como Júpiter, lo consiguen,
destronan a su padre y se quedan con su corona. Otros, como Pasolini,
sencillamente lo matan. Y otros, como Nietche, se convierten en notarios para
dar fe de que Dios ha muerto. Edipo sabedor que esa era también su destino
quiso evitarlo y huyo. Y se topo de bruces con él. Le estaba esperando a la
vuelta de la esquina.
Yo por
mi parte, como Julio Cesar, no me opondré pues sé que la evolución de todo
hombre pasa por ahí. Únicamente alcanzaré a decir: “¿Tú también, Bruto, hijo
mío?”
Unamuno,
en su Vida de don Quijote y Sancho, ya nos lo hacía notar. Si comparamos a Don
Quijote de la Mancha con Don Miguel de Cervantes en las encuestas de
popularidad nadie tenemos duda de quién quedaría en primer y segundo lugar. Y
no digamos nada del abuelo, Cide Hamete Benegeli; a ese nadie lo conoce.
A Goethe
le salió el hijo díscolo. Hizo estragos entre la juventud de su época. Goethe,
el padre, se avergonzó de él. Tal vez por eso le dejó la herencia a su hijo
póstumo, Fausto. Y eso que éste hizo algunos contratos no muy encomiables con
gente de mal vivir pero, según cuentan,
rectificó a tiempo.
Otro
tanto le pasó en la antigüedad a Isaac con sus otros dos hijos, Esaú y Jacob.
En este caso, el menor, por una cuestión de hambre y un plato de lentejas se
quedó con todo. Y con la ayuda de su madre, que las madres siempre han sido muy
importantes en la historia aunque la historia se haya empeñado siempre en
silenciarlas.
Sin
embargo no siempre ocurrió así. No todas
las madres ni los padres se han comportado como debían hacerlo y era su
obligación. Fijaros, si no, en la historia de nuestros primeros abuelos,
bisabuelos y tatarabuelos.
¿Dónde
estaba la tatarabuela Eva mientras el bisabuelo Caín eliminaba de un quijazo a
nuestro tío bisabuelo Abel? Pues enrollándose en una rama del árbol de la
ciencia del bien y del mal con una hermosa serpiente, odalisca del paraíso
terrenal.
¿Y dónde
estaba el tatarabuelo Adán? Pues seguramente cuidando pacífica y amorosamente
su rebaño de ciervas mientras inventaba la flauta de pan dulce y le escribía
odas pastorales a Eva.
Pero
volvamos a Goethe y a la historia de su hijo Werther que es lo que nos ha
traído hasta aquí.
Werther era un romántico, como el joven Goethe, y como romántico y por definición, emborrachado y encendido por los primeros albores de la primavera. Y, como en el ciclo del fuego, lo que en principio surgió como una llamita en el pábilo de una vela se fue haciendo paulatinamente lumbre de hogar donde contar cuentos y fábulas en noches de conseja, llama de hoguera en la noche de San Juan y por fin incendio forestal incontrolado.
Menos mal que pasaba por allí el Bombero Alberto. Cuidadoso de su hacienda y de sus bosques y sus pastos no dio opción a que el ciclo del fuego terminara de forma natural en brasa, que la brasa se hiciera carbón y que el carbón con el paso de los siglos y los kalpas se convirtiera en diamante. Pero así es la vida.
CARLOTA
Ésta es
una palabra mayúscula. Si CARLOTA no hubiera existido Werter y Alberto habrían
sido los mejores amigos del mundo. Habrían formado una sociedad en la que
mientras uno se ocupaba de los asuntos de Dios el otro se afanaría por resolver
los asuntos del Cesar. Una sociedad limitada perfecta. Pero el tercer socio
siempre importuna.
Dios
estaba solo y se aburría y creó al hombre a su imagen y semejanza. El hombre se
aburría, lo tenía todo y se aburría y le pidió a Dios: ¿Por qué no haces
alguien que sea carne de mi carne, como
yo? Y Dios creó a CARLOTA.
Y él, el
hombre, Alberto, el hombre, Werter, ya no estuvo nunca jamás solo y aburrido:
Se
acabó el hastío.
(Fue
necesario esperar a Baudelaire y a sus amigos unos cuantos años más para que
árboles plantados fuera de las tapias del huerto del edén nos dieran a probar
de esa amarga fruta)
Cuando
Werter llegó al pequeño pueblo de la campiña alemana, después de haber dicho
adiós para siempre a su ex novia Leonor, embriagado por la recién estrenada
libertad y por los aromas del campo, extasiado por la belleza de los brotes
tiernos de las yemas en las puntas semidesnudas de los arboles recién
despertados de su hibernal letargo, acompañaba su vibrante estado interior con
el estribillo de una canción tarareada entre dientes y que Luis Eduardo Aute,
algunos años después, declaró como suya en la oficina de patentes de la SGAE: UNA DE DOS
“O
me llevo a esa mujer o entre los tres nos las arreglamos si puede ser”
A Alberto
esa canción no le gustaba y mucho menos oída en boca de Werter. Le traía malos
presagios.
Alberto
había heredado de sus antepasados unas magnificas pistolas que nunca había
llegado a usar. No era hombre violento. No le gustaban las armas pero sí era un
hombre práctico. Y agradecido. Quería a Carlota y le gustaba verla alegre.
Sabía que la presencia de Werter producía en ella un estado de felicidad
envidiable que raramente había manifestado antes de la aparición de éste. Por
eso le estaba profundamente agradecido. Pero todo en esta vida tiene un límite.
Quería agradecerle el servicio al amigo y quería desprenderse de las peligrosas
armas por más que fueran un recuerdo de familia. ¿Qué mejor cosa que
regalárselas al amigo?
En su
espíritu de hombre de negocios anidaba el instinto primitivo alimentado por la
ley de supervivencia de obtener el mayor beneficio con la mínima inversión. Y
eso de matar dos pájaros de un tiro no es cosa exclusiva del que suscribe, que
quiere hacer dos fichas de lectura en una. Esta actitud, como algunos oficios,
es tan vieja como el mundo.
Pero por
mucho que un hombre se queje de su suerte, llámese Werter o Alberto, nunca
llegará al extremo de sentir lo que pasa por el corazón de una mujer como
Carlota que se debate entre dos amores irreconciliables e imposibles, entre
Amor y Sacrificio.
Carlota
sí que debe caminar sin caerse por el filo de la navaja, por el hilo de la tela
de araña del puente colgante sobre el abismo. Si hubiera atendido a las
demandas de Werter habría dejado de ser el sol hacia el cual el Ícaro Werter
tendía sus alas de cera y se habría convertido en el mejor de los casos, o el
peor, en Jeanne Duval para Baudelaire y en el peor, o el mejor, en Beatriz
muerta para Dante o en Dulcinea intocable e inalcanzable para don Quijote. Pero
a Werter como a Ícaro nunca le acompañó la prudencia y la sabiduría del
caballero manchego.
ALBERTO
Cuando
un arco se tensa demasiado siempre se rompe por le punto más débil. Este punto
no se llamaba Alberto. Curtido en mil batallas al servicio del Cesar el
caballero legionario no estaba dispuesto a dejarse arrebatar su colina y su
botín más preciado. Carlota no era moneda de cambio. En esta cuestión no hay
amistad que valga. Eso también es amor, o necesidad, o instinto de
supervivencia a vida o muerte. Toma, te regalo mis pistolas y vete.
LA
MUERTE DE WERTER
Alguien
se tenía que sacrificar y le tocó a él. No fue echado a cara o cruz. Así al
menos habría tenido una oportunidad. Sencillamente le tocó a él por destino.
Como en la carrera por alcanzar el óvulo entre millones de espermatozoides él
fue segundo, medalla de plata, eso sí
pero segundo. Alberto fue primero. La supervivencia de la especie es lo
que cuenta. Ella, la portadora de la vida, no decide; acepta: “Cariño, te
quiero a ti, pero él llegó antes y ya estaba cuando tú llegaste. No
hay nada que hacer. Te recordaré siempre. ”
Como en
la muerte de Gregor, su padre, su madre y su hermana salieron a ver amanecer,
en la muerte de Werter, el cronista no lo cuenta, pero pasados los primeros
momentos de dolor y de sorpresa, aunque en el fondo lo sabían, tras el entierro
y las exequias Alberto y Carlota saldrían al campo a ver amanecer[MA8], a ver subir el sol hacia un
cenit no demasiado vertical, pues en una Alemania tan alejada del trópico es
todo lo que da de sí un mediodía, y a ver atardecer y a contemplar hermosas y duraderas puestas de
sol amarrados de la mano y, cada uno en silencio, recordando al amigo que hizo
el milagro de acercar sus almas, la una
a la otra, despertándoles de su letargo de insulsa vida provinciana.
Ninguna
muerte es en vano. Una pizca de sal y de pimienta en el cocido da al plato un
sabor que de otra manera nos hubiera resultado soso e insípido. Pero un plato
confeccionado exclusivamente a base de sal y de pimienta sin otra cosa no
habría habido estómago ni espíritu capaz de soportarlo.
Y fue
así como Alberto y Carlota fueron felices, comieron perdices (de supermercado,
eso sí, porque aunque recuperaron las
pistolas ya nunca jamás las utilizaron para ir a cazar) y como decía Sebastián
Calleja a mi no me dieron porque no quisieron.
…este
cuento se ha acabado
Julio Fidel Díez Reinares
(Volveré de la mano de
Shakespeare: ¡aviso!)
SOBRESALIENTE 10,5
SIEMPRE QUE VUELVAS CON ESCRITOS TAN CREATIVOS COMO ESTOS, PUEDES AMENAZARME CON VOLVER Y VOLVER Y VOLVER Y VOLVER.
FELICIDADES POR TU INGENIO, POR TUS BUENAS LECTURAS Y POR TU CREATIVIDAD: DA GUSTO LEER FICHAS COMO ESTA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Ésta es tu casa, paisano, ... ¡y ahí puedes pegar el grito!: