jueves, 18 de junio de 2015

LAS FLORES DEL MAL (Baudelaire) (Ficha de lectura y comentario)


Baudelaire reencarnado, yo...

Lector bucólico y tranquilo, ingenuo y sobrio hombre de bien, me acerqué junto con mis compañeros de aula, por recomendación, obligación y mandato de nuestro profesor de literatura y creación literaria, pero sobre todo maestro, Miguel Ángel, a embriagarme con los intensos aromas de Las FLores del Mal en el Jardín del Edén. 

La embriaguez no fue tal sino infernal borrachera. 
He aquí los vapores de mi resaca:


FICHA DE LECTURA :        LAS FLORES DEL MAL          BAUDELAIRE
Charles Pierre Baudelaire (9 de abril de 1821 - 31 de agosto de 1867)

Goethe, romántico, escribió su autobiografía: “Poesía y verdad”
Poesía asimilada a la mentira.
Poesía es mentira. ¿Qué es poesía?
Poesía eres tú. Ergo tú eres mentira.
Tú, ese ser angelical y perfecto, eres mentira.
¿Romanticismo?: ¡Pluf! Se pinchó la burbuja.
Fin de la ilusión. Final de la farsa.


AUTOR Y ÉPOCA

Mediados del siglo XIX: Aparición de  Baudelaire, medio bohemio medio dandi, como un albatros caído, como el ángel menos dos alas, príncipe y hazmerreir entre los mediocres.

 Abre las puertas a la modernidad en poesía. Es indispensable para entender su época.
Yo no sé si Joaquín Sabina estaba pensando en él cuando compuso su canción:

“Menos Dos Alas”:

González era un ángel menos dos alas.
González era un santo por lo civil,
un dandi con un ojo al a funerala,
tan rojo, tan castizo y tan zascandil.

Pero el casticismo de Baudelaire se corresponde con los tiempos convulsos de París, capital del mundo, a punto de brotar el impresionismo.

La burbuja del romanticismo ha explotado. Surge el desencanto brotando de la pluma de Flaubert. Surgen los nuevos movimientos: modernidad, posromanticismo, parnasianismo, simbolismo, decadentismo.

Es duro enfrentar la realidad. El romanticismo es sí era una evasión, una embriaguez, una borrachera. Ahora ya no hay escape. Hay que salir huyendo. ¡Sálvese quien pueda! Quien puede viaja, se va a Goa, a Mauricio o a La Reunión. El que no tiene acceso a estos billetes tiene otra forma de viajar: la absenta. Es la generación del alcohol.

Baudelaire se queda. Ha encontrado una herramienta, un arma. Aún cree que es posible hacer algo. Cree en la poesía. Está orgulloso de su tarea. Sabe que la poesía encierra poder. Sale a la calle enarbolando su bandera.

No se encierra en su torre de marfil. Años más tarde otro poeta diría: “La poesía es un arma cargada de futuro” A Baudelaire todavía le queda un atisbo de ideal. Otro poeta diría también: “La voz del poeta es la voz del profeta”. Baudelaire cree en el poder de la palabra y si la palabra tiene ritmo de tambor y de tumba mejor.

Baudelaire mira de frente, traspasa con su mirada penetrante la realidad aparente. Se adentra alegremente en la realidad social de su tiempo. Lo prueba todo, lo examina, lo que es inútil lo desecha. Poco a poco no va quedando nada, sólo la descomposición, la podredumbre, la muerte, la tarea asignada a los gusanos. Él mismo se impregna de todo ello.

En medio de ese campo nacen Las Flores.

Dante se adentra en el infierno, además de conducido por la  mano de un  guía experto, protegido con una cota de malla de rígida moral. Baudelaire lo hace sin guía y a pecho descubierto, con el corazón en bandolera. Lo  pila todo, incluso la sífilis.

Accede a la lucidez dolorosa que le aporta Lucifer.

Pero es humano, demasiado humano, y se implica en las cosas de su tiempo. Su pasión por Jeanne Duval es humana, muy humana. Y en sus últimos momentos, a pesar de que ya no están juntos, está con ella acompañándole, cosa que no hacen otros poetas como, por ejemplo, Espronceda con la mujer que dice que amó.


  
Se le fundieron los plomos al romanticismo.
Se pinchó la burbuja, se acabó la farsa.

Ahora comienza de nuevo la tragedia, la desesperanza. La trae de su mano Baudelaire con su mirada fría, dura, implacable. No perdona a nadie ni a nada. Dante dejó entreabierta una rendija para colarse en el paraíso. Baudelaire no lo  permite.

Tampoco permite al romántico que llore sobre sí mismo, sobre su propio hombro, ególatra autocomplaciente, y relajarse en el caldo de su cobarde autocompasión.

El romántico llora y se regocija con su llanto. Llora y disfruta del baño en la poza termal de sus ardientes lágrimas. Se recrea en su sufrimiento.

Pero este sufrimiento es poco con lo que le espera al que viene detrás.

Aquí está Baudelaire para decir: -“¿No querías taza? Pues toma taza y media.” No se anda con contemplaciones. El sufrimiento romántico le parece un sufrimiento fingido. ¿Quieres sufrir? Pues escúchame. Léeme. Aspira el aroma pútrido de las flores de mi jardín. Ven a mi cloaca conmigo. Desciende a nuevos infiernos conmigo. Yo soy tu nuevo guía. Desciende a tus propios infiernos. Yo te mostraré el camino.

Baudelaire, como Clint Eastwood, como Charles Bronson, no perdona.

Y por no perdonar no perdona tampoco al lector. Y avisa:

“Lector bucólico y tranquilo,
ingenuo y sobrio hombre de bien,
tira este libro saturnal,
y melancólico y orgiástico.

Si no estudiaste la retórica
con Satán, el decano astuto,
¡tíralo! Nada entenderás
o creerás que soy un histérico.”

Sabe que él no es ajeno al lector y que el lector no le es ajeno. Podemos escondernos y no querer ver ni saber y meter la cabeza en un agujero como hace el avestruz pero él está dispuesto a mostrarnos la verdad desnuda. Sabe que desnudándose nos desnuda, desnuda al lector, desnuda a la sociedad que le rodea y de la que forma parte.

A la sociedad no le gusta verse a sí misma en medio de la podredumbre y los ejércitos de helmintos y opta por romper el espejo que le devuelve su imagen y por matar al mensajero. Para ello ella tiene su propio ejército: una cohorte de jueces armados hasta los dientes con letales leyes que manejan con habilidad y destreza: Y así Baudelaire es procesado por inmoralidad.

Baudelaire de la mano de Edgar Alan Poe desciende a  los infiernos intentando emular la aventura de Dante pero Poe no es Virgilio.  Y tampoco Jeanne Duval es Beatriz. Demasiado carnal, demasiado humana, demasiado real.

Se adentra en los laberintos del infierno sin guía, sin armadura, sin red y sin la precaución de encomendarse a una Señora previamente creada por su Voluntad con la semilla de una imagen fugaz recogida y plantada en su adolescencia o su juventud como hicieron Dante con Beatriz o Alonso Quijano con Aldonza.

Dante y el Hidalgo Alonso tuvieron la fortuna o la precaución de no poder o no querer tocarlas y mancillarlas con su humanidad. Sus Guías, sus Señoras fueron sólo Verbo. Para Baudelaire sus Señoras fueron sobre todo y ante todo Carne.


EXPERIENCIA DE LECTURA/ OPINION PERSONAL

Leyendo algunas poesías de Baudelaire se disfruta de una cierta sensación de calma  muy parecida a la que se siente en los cementerios.

En un mundo tan sometido a estímulos vanos donde nos venden de todo al módico precio de entregar nuestra atención prestada en cómodos plazos, leer a Baudelaire se agradece tanto como se agradece al barrendero del barrio que se lleve de tu puerta la basura vieja e inservible que no te deja ya ni entrar ni salir de tu casa.

El spleen no es tal esplín ni tan plomizo ni tan losa ni tan hastío.

Baudelaire, el poeta, escribiendo se busca a sí mismo  y yo, lector, leyéndolo, me encuentro.

Leyendo a Baudelaire se tiene la sensación de que alguien te está ayudando a poner las cosas en su sitio.

Es el sillón del psicoanalista, el espejo que te devuelve como imagen una radiografía del alma atormentada, desgarrada, lúcida.

Personalmente he visto referencias a alguno de sus poemas, “La negación de San Pedro”,  en León Felipe, “El gran conserje Pedro”, y alguna similitud en el tratamiento.

Al  lector:
El pecado, el error, la idiotez, la avaricia
nuestro espíritu ocupan y el cuerpo nos desgastan,
y a los remordimientos amables engordamos
igual que a sus parásitos los pordioseros nutren.

Es catártico leer esto. Todos estos amables inquilinos son habitantes de nuestra personalidad que engordan a nuestra costa. Cuanto más les alimentamos más fuertes son y menos espacio queda en nuestra casa para nosotros y menos tiempo para el descanso. Leer cada poesía de Las Flores del Mal es como dejar que el robot automático de limpieza actúe dejando sin una mota de polvo cada rincón de cada habitación de nuestra personalidad o de nuestra alma.

Para que “Dios bendiga cada rincón  de esta casa” hay que dejar primero que entre el servicio de limpieza del Gran Barrendero Satán

Gracias también a vosotros, los poetas malditos.

¡Que Dios os bendiga!

Pecado, error, idiotez, avaricia, remordimiento,
parásitos amables, vampiros bellos y atractivos,
polizones no invitados de nuestra patera.
Temblad ante la mirada dolorosa y lúcida
y ante la palabra desgarrada e implacable del poeta maldito.


La estela de Baudelaire se hace patente en Rimbaud, el otro poeta maldito del siglo XIX.



En México se venera a la Santa Muerte. Va vestida como las vírgenes castellanas o andaluzas pero su rostro es una calavera y la veneración que se le tiene es similar  a la que se le tiene aquí a las bellas dolorosas con rostro de marfil.

La cercanía con la muerte nos aproxima a lo más auténtico de nosotros mismos y nos aleja de lo banal. Polvo eres y en polvo te convertirás. Vanidad de vanidades y todo vanidad.


El buitre y el cóndor tienen, como el albatros, un vuelo majestuoso pero su alimento es la carroña. La muerte y la podredumbre de la que se nutren no les hacen por ello menos bellos y atractivos en las evoluciones de sus bailes entre las cumbres.





Julio Fidel Díez Reinares


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ésta es tu casa, paisano, ... ¡y ahí puedes pegar el grito!: