Baudelaire reencarnado, yo...
Lector bucólico y tranquilo, ingenuo y sobrio hombre de bien, me acerqué junto con mis compañeros de aula, por recomendación, obligación y mandato de nuestro profesor de literatura y creación literaria, pero sobre todo maestro, Miguel Ángel, a embriagarme con los intensos aromas de Las FLores del Mal en el Jardín del Edén.
La embriaguez no fue tal sino infernal borrachera.
He aquí los vapores de mi resaca:
FICHA DE LECTURA : LAS FLORES DEL MAL BAUDELAIRE
Goethe,
romántico, escribió su autobiografía: “Poesía y verdad”
Poesía
asimilada a la mentira.
Poesía
es mentira. ¿Qué es poesía?
Poesía
eres tú. Ergo tú eres mentira.
Tú,
ese ser angelical y perfecto, eres mentira.
¿Romanticismo?:
¡Pluf! Se pinchó la burbuja.
Fin
de la ilusión. Final de la farsa.
AUTOR Y ÉPOCA
Mediados
del siglo XIX: Aparición de Baudelaire,
medio bohemio medio dandi, como un albatros caído, como el ángel menos dos
alas, príncipe y hazmerreir entre los mediocres.
Abre las puertas a la modernidad en poesía. Es
indispensable para entender su época.
Yo
no sé si Joaquín Sabina estaba pensando en él cuando compuso su canción:
“Menos
Dos Alas”:
González era un ángel menos dos alas.
González era un santo por lo civil,
un dandi con un ojo al a funerala,
tan rojo, tan castizo y tan zascandil.
Pero
el casticismo de Baudelaire se corresponde con los tiempos convulsos de París,
capital del mundo, a punto de brotar el impresionismo.
La
burbuja del romanticismo ha explotado. Surge el desencanto brotando de la pluma
de Flaubert. Surgen los nuevos movimientos: modernidad, posromanticismo,
parnasianismo, simbolismo, decadentismo.
Es
duro enfrentar la realidad. El romanticismo es sí era una evasión, una
embriaguez, una borrachera. Ahora ya no hay escape. Hay que salir huyendo.
¡Sálvese quien pueda! Quien puede viaja, se va a Goa, a Mauricio o a La
Reunión. El que no tiene acceso a estos billetes tiene otra forma de viajar: la
absenta. Es la generación del alcohol.
Baudelaire
se queda. Ha encontrado una herramienta, un arma. Aún cree que es posible hacer
algo. Cree en la poesía. Está orgulloso de su tarea. Sabe que la poesía
encierra poder. Sale a la calle enarbolando su bandera.
No
se encierra en su torre de marfil. Años más tarde otro poeta diría: “La poesía
es un arma cargada de futuro” A Baudelaire todavía le queda un atisbo de ideal. Otro poeta diría también: “La voz del poeta es la voz del profeta”. Baudelaire
cree en el poder de la palabra y si la palabra tiene ritmo de tambor y de tumba
mejor.
Baudelaire
mira de frente, traspasa con su mirada penetrante la realidad aparente. Se
adentra alegremente en la realidad social de su tiempo. Lo prueba todo, lo
examina, lo que es inútil lo desecha. Poco a poco no va quedando nada, sólo la
descomposición, la podredumbre, la muerte, la tarea asignada a los gusanos. Él
mismo se impregna de todo ello.
En
medio de ese campo nacen Las Flores.
Dante
se adentra en el infierno, además de conducido por la mano de un
guía experto, protegido con una cota de malla de rígida moral.
Baudelaire lo hace sin guía y a pecho descubierto, con el corazón en bandolera.
Lo pila todo, incluso la sífilis.
Accede
a la lucidez dolorosa que le aporta Lucifer.
Pero
es humano, demasiado humano, y se implica en las cosas de su tiempo. Su pasión
por Jeanne Duval es humana, muy humana. Y en sus últimos momentos, a pesar de
que ya no están juntos, está con ella acompañándole, cosa que no hacen otros
poetas como, por ejemplo, Espronceda con la mujer que dice que amó.
Se
le fundieron los plomos al romanticismo.
Se
pinchó la burbuja, se acabó la farsa.
Ahora
comienza de nuevo la tragedia, la desesperanza. La trae de su mano Baudelaire
con su mirada fría, dura, implacable. No perdona a nadie ni a nada. Dante dejó
entreabierta una rendija para colarse en el paraíso. Baudelaire no lo permite.
Tampoco
permite al romántico que llore sobre sí mismo, sobre su propio hombro, ególatra
autocomplaciente, y relajarse en el caldo de su cobarde autocompasión.
El
romántico llora y se regocija con su llanto. Llora y disfruta del baño en la
poza termal de sus ardientes lágrimas. Se recrea en su sufrimiento.
Pero
este sufrimiento es poco con lo que le espera al que viene detrás.
Aquí
está Baudelaire para decir: -“¿No querías taza? Pues toma taza y media.” No se
anda con contemplaciones. El sufrimiento romántico le parece un sufrimiento
fingido. ¿Quieres sufrir? Pues escúchame. Léeme. Aspira el aroma pútrido de las
flores de mi jardín. Ven a mi cloaca conmigo. Desciende a nuevos infiernos
conmigo. Yo soy tu nuevo guía. Desciende a tus propios infiernos. Yo te
mostraré el camino.
Baudelaire,
como Clint Eastwood, como Charles Bronson, no
perdona.
Y por no perdonar no perdona tampoco al lector. Y avisa:
“Lector
bucólico y tranquilo,
ingenuo
y sobrio hombre de bien,
tira
este libro saturnal,
y
melancólico y orgiástico.
Si no
estudiaste la retórica
con
Satán, el decano astuto,
¡tíralo!
Nada entenderás
o
creerás que soy un histérico.”
Sabe
que él no es ajeno al lector y que el lector no le es ajeno. Podemos
escondernos y no querer ver ni saber y meter la cabeza en un agujero como hace
el avestruz pero él está dispuesto a mostrarnos la verdad desnuda. Sabe que
desnudándose nos desnuda, desnuda al lector, desnuda a la sociedad que le rodea
y de la que forma parte.
A la
sociedad no le gusta verse a sí misma en medio de la podredumbre y los
ejércitos de helmintos y opta por romper el espejo que le devuelve su imagen y por
matar al mensajero. Para ello ella tiene su propio ejército: una cohorte de
jueces armados hasta los dientes con letales leyes que manejan con habilidad y
destreza: Y así Baudelaire es procesado por inmoralidad.
Baudelaire
de la mano de Edgar Alan Poe desciende a
los infiernos intentando emular la aventura de Dante pero Poe no es
Virgilio. Y tampoco Jeanne Duval es
Beatriz. Demasiado carnal, demasiado humana, demasiado real.
Se
adentra en los laberintos del infierno sin guía, sin armadura, sin red y sin la
precaución de encomendarse a una Señora previamente creada por su Voluntad con
la semilla de una imagen fugaz recogida y plantada en su adolescencia o su juventud
como hicieron Dante con Beatriz o Alonso Quijano con Aldonza.
Dante
y el Hidalgo Alonso tuvieron la fortuna o la precaución de no poder o no querer
tocarlas y mancillarlas con su humanidad. Sus Guías, sus Señoras fueron sólo
Verbo. Para Baudelaire sus Señoras fueron sobre todo y ante todo Carne.
EXPERIENCIA DE LECTURA/ OPINION PERSONAL
Leyendo
algunas poesías de Baudelaire se disfruta de una cierta sensación de calma muy parecida a la que se siente en los
cementerios.
En
un mundo tan sometido a estímulos vanos donde nos venden de todo al módico
precio de entregar nuestra atención prestada en cómodos plazos, leer a
Baudelaire se agradece tanto como se agradece al barrendero del barrio que se
lleve de tu puerta la basura vieja e inservible que no te deja ya ni entrar ni
salir de tu casa.
El
spleen no es tal esplín ni tan plomizo ni tan losa ni tan hastío.
Baudelaire,
el poeta, escribiendo se busca a sí mismo y yo, lector, leyéndolo, me encuentro.
Leyendo
a Baudelaire se tiene la sensación de que alguien te está ayudando a poner las
cosas en su sitio.
Es el
sillón del psicoanalista, el espejo que te devuelve como imagen una radiografía
del alma atormentada, desgarrada, lúcida.
Personalmente
he visto referencias a alguno de sus poemas, “La negación de San Pedro”, en León Felipe, “El gran conserje Pedro”, y
alguna similitud en el tratamiento.
Al lector:
El
pecado, el error, la idiotez, la avaricia
nuestro
espíritu ocupan y el cuerpo nos desgastan,
y a
los remordimientos amables engordamos
igual
que a sus parásitos los pordioseros nutren.
Es
catártico leer esto. Todos estos amables inquilinos son habitantes de nuestra
personalidad que engordan a nuestra costa. Cuanto más les alimentamos más fuertes
son y menos espacio queda en nuestra casa para nosotros y menos tiempo para el
descanso. Leer cada poesía de Las Flores del Mal es como dejar que el robot
automático de limpieza actúe dejando sin una mota de polvo cada rincón de cada
habitación de nuestra personalidad o de nuestra alma.
Para
que “Dios bendiga cada rincón de esta
casa” hay que dejar primero que entre el servicio de limpieza del Gran
Barrendero Satán.
Gracias también a vosotros, los poetas malditos.
¡Que
Dios os bendiga!
Pecado,
error, idiotez, avaricia, remordimiento,
parásitos
amables, vampiros bellos y atractivos,
polizones
no invitados de nuestra patera.
Temblad
ante la mirada dolorosa y lúcida
y
ante la palabra desgarrada e implacable del poeta maldito.
La
estela de Baudelaire se hace patente en Rimbaud,
el otro poeta maldito del siglo XIX.
En
México se venera a la Santa Muerte. Va vestida como las vírgenes castellanas o
andaluzas pero su rostro es una calavera y la veneración que se le tiene es
similar a la que se le tiene aquí a las
bellas dolorosas con rostro de marfil.
La
cercanía con la muerte nos aproxima a lo más auténtico de nosotros mismos y nos
aleja de lo banal. Polvo eres y en polvo te convertirás. Vanidad de vanidades y
todo vanidad.
El
buitre y el cóndor tienen, como el albatros, un vuelo majestuoso pero su
alimento es la carroña. La muerte y la podredumbre de la que se nutren no les
hacen por ello menos bellos y atractivos en las evoluciones de sus bailes entre
las cumbres.
Julio Fidel Díez Reinares