-“Demasiada perfección es un
error.” (El Topo: Alejandro Jodorowski)
-“Los errores tienen un carácter
sagrado. No intentéis corregirlos.” (Dalí)
Cuando Luis (Español), nuestro
profesor de Matemáticas, tomó la tiza para explicarnos el número Pi, dibujó en
la pizarra un círculo perfecto, o una circunferencia perfecta: Alfa y Omega
puntual y exactamente coincidentes. No satisfecho con ello, colocó en el centro
mismo del objeto un punto minúsculo, tan minúsculo que se podía percibir nítidamente
en él la dimensión cero del imaginario e inexistente origen de todas las cosas.
No era un punto gordiano, ni tan siquiera un punto gordo. Insultantemente perfecto… y correcto.
El grito de la clase fue un
unánime: ¡BRAVO!
Ni que decir tiene que el profesor
ni se inmutó; tan acostumbrado estaba a este tipo de logros y manifestaciones
subsiguientes.
A mí, sin embargo, me hizo
recordar la última vez que fui testigo de un acontecimiento semejante. Fue hace
aproximadamente algo más de cincuenta años (medio siglo):
Don Vicente (Ayuso) llamó al
estrado a… (Le llamaré Manuel. En realidad se llamaba Manuel) Manuel. Fue en primero
o segundo de bachiller, de aquel bachillerato nuestro que se comenzaba con diez
años de edad.
Manuel se tomó su tiempo para
descender desde el entarimado de asientos de madera corridos hasta la arena del
circo donde los gladiadores, espada en alto, gritaban “Salve, Cesar,
morituri te salutam” antes del combate.
El Cesar lanzó la pregunta al
aire envuelta por una voluta de humo perfecta, (casi tan perfecta o más que la
circunferencia que nuestro profesor de matemáticas de la universidad de la
experiencia dibujó para nosotros, sus alumnos de hoy) como solo él sabía
hacerlas:
-A ver: ¿Cuál es el área del
círculo? (o la longitud de la circunferencia, no recuerdo bien pero para el
caso tanto da)
Manuel tomó la tiza, dibujó algo
que intentaba asemejarse a un círculo… y esperó… y esperó…
... ... ...
El Cesar, don Vicente (Ayuso) también
esperó… y esperó… y esperó… y esperó…
... ... ...
En medio de tanta espera sin esperanza para el sufrido gladiador, las volutas de su cigarro (en esta clásica técnica de avezado fumador era incluso mejor que en la enseñanza de la matemática) se sucedían concéntricamente, dibujando en el aire algo muy similar a un sistema solar en expansión cada vez más parecido al propio universo…
... ... ...
La bruma en la clase era densa… el silencio más denso aún… se podía cortar… y mascar… al igual que la tragedia que se avecinaba…
... ... ...
(Como me da tiempo, antes de llegar al fatal desenlace
que, como habéis intuido y acertadamente adivinado, iba a desencadenarse,
quiero aclarar que la circunferencia que mi amigo y compañero de juegos, risas,
lágrimas, sudores y sinsabores dibujó en la pizarra, en nada se parece a la del
hábil profesor de nuestra aula de la universidad de la experiencia. El Alfa y
el Omega de la circunferencia de Manuel eran como dos imanes enfrentados por el
mismo polo. Parecían evitar el encuentro como dos enemigos irreconciliables que
se temen.)
Y Manuel:
-Un corroncho.
Y Don Vicente:
-Pues… ¡CORRONCHO!… y al
sitio.
Y con sus delicadas manos de
matemático y geómetra perfeccionista dibujó en la cartilla donde anotaba las
calificaciones de sus alumnos, en la casilla correspondiente a Manuel, una
circunferencia perfecta que encerraba a un círculo perfecto, esta vez sin
centro: (o)
En ese mismo instante, en el que
el Alfa y el Omega del Corroncho de Don Vicente se estrechaban en un abrazo
cósmico, como si los Ángeles del Apocalipsis con sus trompetas hubieran estado
esperando la señal de la batuta del Supremo Director de Orquesta, sonó la
chicharra y pudimos salir al recreo a jugar y a liberar la tensión acumulada
en la hora anterior, haciendo impactar el balón con toda la energía de que nuestro
pie era capaz contra los cristales de las ventanas del patio. Aquel día, en el
partido, mi amigo Manuel metió ocho goles él solito y rompió tres cristales.
Fue su día de gloria, aclamado por todos nosotros, sus compañeros, como un
héroe. De lo sucedido en clase apenas quedó un punto sin dimensión en la
memoria. La mente es inteligente y el corazón sabio. Únicamente yo lo recuerdo nítidamente
y por eso he podido rescatarlo para la historia.
El círculo imperfecto
Nada ocurre por casualidad. En el
entramado mecánico del Gran Relojero cada pieza tiene su lugar, cada tornillo
su tuerca y cada acontecimiento su razón de acontecer, su objetivo y su fin.
Tardamos en apreciarlo pero la pequeña pieza del gran rompecabezas que no encuentra
su sitio y está ahí estorbando en medio de todo el resto, al final reconoce su
hueco y se ajusta a él con total exactitud. No es preciso embutirla a
martillazos solamente para quitárnosla de encima porque nos está incordiando.
Como dice la máxima, “todo lleva su tiempo”. (50 años).
¿Cuándo me di cuenta yo de la trascendencia del corroncho imperfecto de
Manuel?
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