sábado, 21 de noviembre de 2015

EL AHOGADO EN LA BODEGA MÁS FAMOSO DEL MUNDO


En clase de creación literaria tuvimos que leer un pequeño texto de Gabriel García Márquez, "El ahogado más hermoso del mundo", y presentar nuestro comentario y análisis técnico acerca del mismo para ser sometido a la visión crítica del microscopio inmisericorde de nuestro profesor magnífico para su valoración. Yo  presenté el mío y obtuve la merecida (o inmerecida) calificación de "Aprobado cum laude". 

Podía haberme conformado con ello pero la ambición no descansa y el músculo tampoco duerme todo lo que debieran y siempre demandan un poco más. Así que, armándome del valor que se me supone y aprovechando la favorable conjunción de los astros, decidí atacar con imprudente osadía esta segunda parte:
 

EL AHOGADO EN LA BODEGA MÁS HERMOSO DEL MUNDO… 
Y EL MÁS BEODO.







FICHA DE TÉCNICA EN LA NOVELA
COMENTARIO SOBRE LA TÉCNICA EN
Gabriel GARCÍA MÁRQUEZ, "El ahogado más hermoso del mundo"

Dicen que segundas partes nunca fueron buenas. ¡Falso! ¡Mentira! Y si no, que se lo pregunten a Cervantes. (Aunque, claro, entre una y otra estuvo la de Avellaneda, que tampoco debe estar mal.) Yo ya he presentado mi trabajo ante Miguel Ángel pero no me he quedado conforme. Quiero subir nota.

Esta versión en segunda edición tiene carácter autobiográfico aunque esté narrada en tercera persona. Sé lo que más de uno pensará para sí y se callará y sé también que hasta habrá quien se atreverá con inusitada osadía a manifestarlo en voz alta: “Quien tiene hambre con pan sueña”. (Que tenga cuidado: Aunque tengo algunos lapsus de memoria no se me olvidan fácilmente las caras.)

El ahogado más hermoso del mundo se llamaba Esteban pero no fue el más famoso.
El ahogado más famoso del mundo se libró (según El Libro), gracias a un Soplo Divino, de ahogarse de una vez por todas en las aguas del famoso Diluvio Universal que es cuando y donde se ahogaron la mayor parte de los ahogados de este mundo pero que no cuentan, entre otras cosas, porque no estaban contados y además eran anónimos, es decir, que no tenían nombre, no como Esteban. Es importante tener un nombre, como por ejemplo Esteban, sobre todo para no caer en el anonimato.

Se salvó porque construyó un Arca de Madera de Roble justo a tiempo gracias a que Alguien le avisó de lo que se avecinaba. Se llevó con él todo lo que pudo, esposas, cuñadas, nueras, siervas, incluso alguna vecina, una prima en (buen) estado, la sobrina de un cuñado, la granja de animales al completo y hasta parte de la hacienda. Como no sabía lo que iba a durar aquello porque como todas las cosas en esta vida, según dice mi abuela, incluidas las guerras, se sabe muy bien cuándo empiezan pero no cuando van a  acabar, procuró aprovisionarse de bebida y buenos alimentos.

Comenzaron las primeras gotas, frías, allá por el mes de septiembre, pocas. Se fueron calentando y haciéndose más abundantes a lo largo de las primeras semanas de octubre. Apuró hasta el último momento, la uva estaba redonda y tersa, en su punto justo para vendimiar. Cargó en el arca toda la cosecha. Fue excelente además de generosa. Tuvo que improvisar nuevos compartimentos no contemplados en el proyecto inicial original, igualmente en madera noble de roble. Se redujo el espacio destinado al pasaje y a la tripulación. A las mujeres les buscó un lugar confortable y cómodo cercano a su alcoba en el puente de mando, los hombres buscaron su acomodo como mejor pudieron en los bancos corridos de la galera junto a los remos y los grilletes. Los racimos exuberantes y hermosos rebosaban por encima de las barandillas de la borda.

Más tarde, cuando ya los que negaban a ultranza la evidencia del cambio climático comenzaron a darse cuenta de que aquello iba en serio y para largo y algunos, los más hábiles, consiguieron fabricarse algunas pateras con las astillas y los restos del andamiaje abandonado por Noé, los que consiguieron hacerse a la mar sin mojarse demasiado se morían de admiración y de envidia al ver aquella magnifica nave tan bien velada y adornada con tanta fruta que de haberlo conocido habrían jurado y perjurado que se trataba de un cuadro de Archimboldo. Pero la verdad es que para ellos en aquel momento no estaba el horno para boldos ni para bollos. Tenían asuntos más urgentes en los que pensar.

(Quien esto os cuenta no creáis que obtuvo su información de los legajos originales que se apiñaban desordenados en los arcones, cofres o baúles y ordenados en los anaqueles de la Magna Biblioteca envidia de las naciones vecinas pues todo se perdió tras la riada. Bebió de otras fuentes. Bebió de otros grifos. Bebió de otras espitas. Bebió...)

Pasaron cuarenta días, según dicen, que a los hombres se les hicieron interminables, como cuarenta años. Envejecieron. A Noé no. A Noé se le paró el tiempo. Rejuveneció. Pero todo lo bueno se acaba un mal día y el diluvio también se acabó. Y hubo que poner los pies en la tierra. Bajaron todos y todas. Noé se negó en rotundo.

Durante cuarenta días más estuvo Noé dentro del arca, sin salir, sin ni siquiera asomarse a ver el sol y la claridad del día por la claraboya o el tragaluz, negando lo evidente. Rogó al cielo, rezó, oró, imploró, elevó sus plegarias pidiendo que volviera a llover. Se dejó la piel que cubría sus rótulas en la tarima de la cubierta de su nave encallada de tanto arrodillarse en ruego y oración. Cuando, ya abatido, vio que éstas no eran oídas por ningún oído divino ni humano cantó desesperado, desafinó todo cuanto pudo en un último intento y por fin se derrumbó. Al derrumbarse no creáis que se derrumbó como cualquier hombre que se derrumba. Se derrumbó con estrepito, como se derrumba un edificio en llanto, como se derrumba una torre de babel herida por el rayo, como se derrumba una torre gemela, como se derrumba tras ella su gemela hermana…

Al principio no le dieron importancia. Les tenía acostumbrados. Era el Patriarca y ya antes de lo del diluvio solía ausentarse por largas temporadas. Tenía otros pastos y otra ganadería que debía atender. Pero se les hacía que esta vez tardaba demasiado y además en el Arca ya no quedaba nadie más que él. Así que armados de paciencia y valor fueron a buscarle. Tardaron pero por fin lo encontraron. Allí estaba, morado, en el fondo de la cuba, hecho un guiñapo, hecho un despojo, cubierto de abrojo y de pellejo de uva, de algo rojo que asemejaba alga. Parece ser que en su caída tropezó y se cayó. Morado solía ponerse con relativa frecuencia, y morado y tibio se puso durante el tiempo que permaneció en el puente de mando encerrado, protegiendo a sus protegidas del aguacero y la tormenta pero esto de ahora era algo nuevo y distinto, inesperado y desconcertante.

Habían visto desde la barandilla del crucero ahogarse a muchos pequeños navegantes con sus frágiles barquillas estrellándose contra el casco del Arca intentando aferrarse al cable del ancla para subir. A alguno hasta tuvieron que darle un empujoncito y echarlo otra vez al mar en el último momento cuando casi lo consigue. ¡Qué se había creído! ¡No hay sitio para todos! Conocían perfectamente lo que era un ahogado. Así que cuando lo vieron de esta guisa en fondo del lagar no lo dudaron ni por un momento: “Está ahogado”, sentenció el mayor de los hijos. “Sí”, asintieron lacónicamente los dos  menores igualmente convencidos.

Andaban los deudos del finado con los preparativos de las exequias pero con la mente puesta más en las cuestiones de herencia que en lo que celebraban. Habían contratado junto con las plañideras de oficio los servicios del Coro del Ejercito Asirio para cantarle al ahogado un Miserere, aprovechando que estaban de paso por allí camino de Babilonia en busca de solaz.

Sonaban armoniosas estas dulces notas lastimosas cuando un aria no invitada, poderosa, ardiente como la madera seca del sarmiento que crepita en el hogar antes de dar su último adiós de despedida y un abraso a la chuletilla convidada principal del homenaje, una voz áspera y quebrada, de cantante de color (negro) de jazz, una voz negra de blue, una voz rasgada y rota, desgarrada, rasgó el luto y el velo de tul de la sábana mortuoria y el silencio sepulcral trastocando en alegría y bacanal con entrada tan triunfal la tristeza del Mar Muerto. Enmudeció el coro.

De ese canto soberbio quedó grabado a fuego y para siempre en la historia y la memoria de todos los presentes, como clavo con martillo, el insistente verso final de estribillo:

“… pero tenemos un vino que resucita a los muertos.”

(Y no estaba muerto, no, no.)
(Estaba tomando… vino, no, no.)



Otras coplas procedentes de las cuatro esquinas del planeta se sumaron al concierto:

       “Si el vino viene, viene la vida, vuelvo a tu viña, tierra querida…”

¡Y cuando lloren las viñas 
para que rían los hombres, 
he de volver en las copas 
que habré de mojar las bocas 
de mis viejos compañeros 
o tal vez de la que quiero 
y no me pudo querer...

y en una noche de farra 
cuando lleven la guitarra 
si ven al vino llorar 
déjenlo llorar su pena 
déjenlo llorar su pena 
que en la lágrima morena 
como nunca he de cantar!

 (Volver en vino, Horacio Guaraní.)




El humilde cronista, animado por los coros asirios, por la guitarra
por una lágrima morena derramada en el borde de su cuenco y
por una lágrima furtiva derramada en la borda de su cuenca
se animó y escribió la suya:

“¡Vaya vino de primera, Señor!
¡No hay ningún vino mejor para el fino paladar
que acompañe al buen yantar que este vino superior
de la bodega de Juan
Campinún!”





Queridos amigos, compañeros del alma, compañeros del aula y del pupitre, viejos compañeros, viejos, y querido profesor, maestro emérito por méritos propios:

Ésta foto, algo retocada,  es una de las varias que nos hizo Antonio el día que me cantasteis, con vuestro coro de voces blancas y alguna que otra de color cazalla, mi muy feliz cumpleaños feliz en la bodega de Sole en Yécora el día de Santa Rita.

Fue antes de que se hundiera el suelo bajo nuestros pies y nos cayéramos dentro de la barrica de roble con todo el equipo. (Como le sucedió a Obélix en otro tiempo, en otro lugar y en otra historia.)

Aunque no pasó nada grave, a partir de entonces ya nada ha sido ni creo que vuelva a ser como antes:

Me basta con percibir el aroma que desprende el vidrio de la copa que antes contuvo el Sagrado Vino para sucumbir ante sus maravillosos efectos saludables y benéficos aunque de lo que esté llena sea de agua dulce potable y clorada del grifo.

Ésta es la verdadera raíz del famoso milagro de las bodas de Canaán… 
y de las bodegas de Campinún.

Aunque suene a sacrilegio e irreverencia con este sistema todos los milagros son posibles.
Si falto a la cita de Entrepuentes o llego tarde hay una razón: He ido a patentarlo. No me esperéis.

Me he echado un trago de este elixir milagroso antes de ponerme a escribir.

Un afrazo y mushos fesos.

Julio


(Nota 1: 
Creo que se me ha ido un pelín la mano con el photoshop. Aún no domino bien la técnica.)

(Nota 2: 
Reconozco que también se me va el dedo con la tecla. La culpa fue del Campinún.)

  
(A la cita de Entrepuentes si puedo voy.)
(Como es posible que llegue tarde, id pidiéndome un vaso de agua, por favor.)

  
(Ya sé lo que estás pensando:

“-¡Hay que echarle valor!”;-¡Con la  que está cayendo…!”)





Epílogo:

Es importante tener un nombre propio que, como su propio nombre indica, es el nombre que nos pertenece por derecho propio. Ejemplo: Esteban.

Normalmente los nombres propios se escriben con mayúsculas, como por ejemplo Dios que no hay más que uno aunque sea trino. Los dioses menores por ser tan comunes son impropios de este nombre.

El nombre propio no caduca. Tiene una vigencia que no tienen las células aunque sean madres. Permanece más allá de la muerte. ¿Dónde están las células madre de Homero?, por ejemplo, ¿o las de Noé?, ¿o las de la madre Eva? Cuando Dios entregó en usufructo la finca de El Paraíso a Adán para su uso y disfrute éste lo primero que hizo fue ponerles nombres a todos los animales y plantas que lo poblaban para alejarlos de la amenaza del olvido. Luego Noé tuvo que cargar con ellos en el Arca. Gracias a eso se salvaron de morir ahogados. No como los mosquitos que no tienen nombre y por eso se tuvieron que quedar en tierra. Eso sin contar con los ahogados sin nombre que se ahogaron en el mar del olvido. Esteban no.

Es importante que los muertos tengan un nombre para que vivan. Si no tienen nombre es como si nunca hubieran existido. Y si ellos no existieron tampoco sus descendientes. Es importante saber cómo se llama tu padre, o se llamó, y tu abuelo y tu bisabuelo y tu tatarabuelo. Y lo mismo ocurre con tu madre y tu abuela y tu bisabuela y tu tatarabuela,  aunque esto es más fácil.

Dada la enorme dificultad que existe para conocer la línea directa, recta y verdadera de tu ascendencia por línea paterna hasta Adán, es por eso que se inventó en su día el patronímico aunque tampoco ello es garantía suficiente de linaje de alcurnia. La curnia ha sido una enfermedad endémica de nuestra estirpe desde el comienzo de los tiempos antes incluso de la expulsión y el destierro.

Por eso cuando el ahogado más hermoso del mundo llegó a la playa disfrazado de alga y las pobladoras del poblado primero y los pobladores después le adoptaron se acordaron de sus primeros padres Adán y Eva (a los últimos muchos ni los conocieron,  unos porque se ahogaron pronto sin dejar un nombre en herencia y nacieron póstumos y huérfanos de apellido y otros porque sencillamente no quisieron hacerse cargo de la carga que suponía alimentar una boca de más) y lo primero que hicieron fue bautizarlo y ponerle nombre: Esteban.

No he querido poner vuestros nombres en la foto. Espero que vosotros mismos os reconozcáis.

Confieso que pasado el efecto primero ni yo mismo os distingo. Además apenas me acuerdo de cómo os llamáis. A duras penas reconozco al maestro. Sé que estuvo allí. Sé que yo también estuve y que no ha sido un sueño porque me llevé la copa y la tengo en la vitrina junto con las del último campeonato deportivo y las medallas. Está vacía pero todavía desprende un exquisito aroma que impregna toda la casa…

Sé que estuvo también el bodeguero, el que hizo el milagro, y su madre…





Julio Fidel









Agradecimientos:

Gracias, Sole, por tu invitación a tu bodega coincidiendo con el día de mi cumpleaños el último día de curso.

A los demás, gracias por celebrarlo conmigo, por vuestra amistad  y por vuestro coro de  voces blancas.

A ti, Miguel Angel,  gracias por el estímulo de tus enseñanzas y tus comentarios  y por sacar lo mejor de mí y lo peor a base de interrogatorios implacables y vueltas de manivela de potro.

No pude asistir tampoco esta vez a la cita de Entrepuentes. He intentado justificarme pero no me creáis demasiado.

Con mi mayor afecto…
Un abrazo
Julio











P.D.: (más de dos años después)

Rememorando este encuentro 
en tarde tan placentera, 
me acerqué a la cristalera 
para apurar el recuerdo.













Contemplando los trofeos 
tras la vitrina emplomada, 
desde que alzara mi copa 
y, tras de brindar, la hurtara 
como testigo de un triunfo 
de aquella noche de farra 
para llevarla a mi feudo 
ya han rodado dos añadas.

Con la música de fondo 
del fondo de la robada
una canción se desprende
desde el estante hasta el alma,
gota a gota, verso a verso
e inunda toda la estancia.
Solo el corazón la entiende:
Parece que el vino hablara.






(Guarda la copa de nuevo en su altar, 
que antes de que acabe el año hemos de volverla a usar;  
ocasión no ha de faltar.)

(Y guarda mi afecto en tu corazón.)