martes, 16 de junio de 2015

WERTER: "-Una de dos: O me llevo a esa mujer o entre los tres nos organizamos, si puede ser."

(Universidad de la experiencia. Clase de Literatura.)
(Así fue mi ficha de lectura de Werter presentada y corregida, calificada y glosada.)
(¡Perdón por la irreverencia!)

Hoy, día de San Juan, es un buen día para comenzar mi resumen, hoja de lectura, de la obra de Shakespeare, “El sueño de una noche de San Juan”. Aunque tengamos bien claro que se refiere  a la noche de San Juan Bautista, 24 de junio.

También Werther está esperando a que le haga su ficha de lectura. Me siento como el psicoanalista con el sillón vacío esperando y la sala de espera llena. Si respeto las citas, San Juan tiene el número 3 y tiene sueño y un sueño que contarme pero Werther que tiene un número posterior tiene prisa y le va en ello la vida y el amor y además el psiquiatra también tiene derecho a elegir a sus pacientes, enfermos o clientes, según le convenga a su preparación académica, al estado de ánimo de de su día, de su buen o mal humor, o al pie con el que se bajo de la cama cuando sonó el despertador.

Estoy por incluir a ambos en el mismo paquete y matar a los dos pájaros de un tiro. Así, por lo menos, a uno de ellos le evitaría el suicidio[MA1] .

¿Qué tal si entre todos los entresijos de enamorados del Sueño metiera una pareja de más, o un trío, como es este caso con Werter, Carlota y Alberto, en una capa de cebolla añadida, interactuando con Oberón y Titania, con el Conde Teseo y con la Reina de las Amazonas, con los jóvenes enamorados y con los artesanos de las bambalinas (con éstos furtivamente me colaría yo como curioso y mentecato observador), interaccionando como si de una nueva esfera adicional no prevista se tratara en el universo multidimensional de la vida[MA2] ?


Ésta no es idea mía, pues los científicos actuales que trabajan e investigan sin paraguas bajo la lluvia y las tormentas de ideas en sus laboratorios colectivos están fuertemente apostando por la dimensión adicional.

Apuesto a que Shakespeare lo habría hecho si hubiera llegado a tiempo a leer este libro. Y si no él, mi amigo Claudio (Nadie) quien, según confesión propia, disfrutaba destrozando clásicos, no lo habría dudado ni por un momento.

A la hora de abordar este trabajo, el mío, mi ficha de lectura en la clase de creatividad literaria de la universidad de la experiencia, me autorizo ciertas licencias sin consulta previa al doctor y director de esta tesis o proyecto, en este caso a mi profesor de literatura[MA3] .

(¡Cuán osado y arriesgado soy!)

Se trata de uno o dos trucos que me hagan más fácil la redacción de mi trabajo:
Uno de ellos, el primero, sería hacer uso del cómodo método de ir al rincón del vago o a otras páginas de internet y aplicar la útil herramienta de cortar y pegar o de copiar y pegar[MA4] .

Eso es al fin y al cabo, lo que hacen y han hecho todos los escritores desde que uno de ellos, el primero, negro y anónimo, escribió El Génesis.

Sólo algún valiente (o cobarde, según el punto de vista desde el cual se mire), como Miguel Delibes, lo ha confesado: “El idioma estaba ahí antes de que yo llegara y lo usé a mi antojo como mejor supe” (o algo parecido) o como León Felipe: “Recogí la palabra que otros me entregaron y la amasé para hacer con ella nuevo pan candeal” (o algo así).

Goethe escribió vida y poesía oponiéndolas como si estuvieran enfrentadas.

En todo caso podrían ser las dos caras de una misma moneda,
los dos puntos que definen el segmento en una recta infinita,
el punto de congelación y el punto de ebullición de la vida,
igual de lejanos y equidistantes del cero absoluto y del big bang,
o el proyector y la pantalla en el cine de barrio de la Taberna (¡Sí, he dicho taberna!) de Platón.

Pero a estas alturas de la vida, en la universidad de la experiencia y con la mochila de la experiencia cargada de mil experiencias y las alforjas repletas de triunfos estallados en mil burbujas de jabón o de champán y los zurrones llenos, como cofre de pirata, de ricos collares de fracasos de perlas, tenemos material abundante, más que suficiente, para cortar con el hacha afilada o la tijera desde  la amarga cruz de la vida y pegar en la dulce cara de la poesía o la composición literaria.

(¡Qué bien me ha quedado!)


(Pero más vale pájaro en mano. Hay conficto y coincidencia de horarios)



Goethe pintor poeta y funámbulo, escapando, huyendo, de Werter[MA5] .


Después le negaría al menos tres veces.

Caminado en la cuerda floja entre las dos torres de la catedral, entre el pañal y el sudario, firmemente los pies apoyados en la senda del filo de la navaja, las manos firmemente amarradas a la pértiga y a la pluma que le sujeta, como me sujeta mi pluma a mí, y a la que a su vez sujeta, venciendo así la gravedad de los infiernos y elevándose como Dédalo e Ícaro alados, como el albatros y el cóndor o como Hermes Mercurio por encima de las cotas donde el termómetro de mercurio no tiene escritas en su escala las marcas del bien y del mal.





Gustavo Martín Garzo: “Toda nueva novela lleva en sí un monstruo[MA6] 
No estamos solos en el universo, afirman los científicos,
No estamos solos. Nuestros monstruos nos acompañan allá donde quiera que vamos. Unas veces son simpáticos animales, mascotas domésticas y caseras. Otras veces molestos insectos o moscas cojoneras y otras incómodas fieras y bestias salvajes.

Holograma. Universo multidimensional.

Cuando el Gran Cinematógrafo proyecta su película en la pantalla del gran cine de barrio de la Taberna podemos acercar o alejar la pantalla y enfocar o desenfocar la vida presentada. Las pantallas  pueden ser múltiples, tantas como capas tiene la cebolla, tantas como esferas tiene el infierno en la divina comedia, tantas como cornisas o terrazas tiene el purgatorio, tantas como niveles vibratorios tienen los paraísos celestiales, tantas como universos paralelos puede tener un Sueño en la noche de San Juan.

Hoy, desde mi holograma en la Taberna me dispongo a cortar y clavar:
Cortar con la cuchilla afilada de la guillotina, con el hacha de Odín, el vikingo, o con la tijera de podar los sarmientos de la Viña del Señor, la que da la uva con la que se hace el Buen Vino y
clavar con los clavos de Cristo que empeñó Joaquín Sabina en el rastro de Portobello y que yo pude comprar y compré con treinta monedas de plata que encontré en uno de los bolsillos de mi raído gabán. (Nunca, por mucho que intenté hacer memoria, llegue a recordar cómo éstas llegaron a mí.)


08 de marzo de 2011
Hoy es San Juan de Dios.


26 de marzo de 2011

Cuando Goethe escribió Werter lo primero que necesitó fue buscarse un amigo a quien dirigir sus epístolas.

Pablo de Tarso, a quién le salió calló en la falangeta del dedo corazón, no tenía ese problema pues tenía multitud de amigos en todos y cada uno de los puertos del Mare Nostrum, pero para contar lo que tenía que contar Goethe no sirve cualquier amigo. Tiene que ser alguien muy especial. Nosotros, algunos niños, tenemos el Amigo Imaginario. Es nuestro mejor amigo, quien de verdad nos entiende. Goethe lo llamó Guillermo y, así mismo, a sí mismo se llamó Werther. No es coincidencia que cumplieran años el mismo día, el 28 de agosto.

Siempre hay una estrecha relación entre creador y creado, entre padre e hijo, entre autor y obra.

La obra, el hijo, el creado tiene una ventaja. Por lo general vive más tiempo en la historia y en la memoria de los hombres que sus progenitores y además todo padre se preocupa cuando engendra un hijo por mejorar la raza en la medida de sus posibilidades. Otra cosa es que lo consiga.

Algunos hijos salen protestones, como Prometeo, y se rebelan contra su padre. Esto les acarrea un destino cargado de cadenas. Otros, como Júpiter, lo consiguen, destronan a su padre y se quedan con su corona. Otros, como Pasolini, sencillamente lo matan. Y otros, como Nietche, se convierten en notarios para dar fe de que Dios ha muerto. Edipo sabedor que esa era también su destino quiso evitarlo y huyo. Y se topo de bruces con él. Le estaba esperando a la vuelta de la esquina.

Yo por mi parte, como Julio Cesar, no me opondré pues sé que la evolución de todo hombre pasa por ahí. Únicamente alcanzaré a decir: “¿Tú también, Bruto, hijo mío?”

Unamuno, en su Vida de don Quijote y Sancho, ya nos lo hacía notar. Si comparamos a Don Quijote de la Mancha con Don Miguel de Cervantes en las encuestas de popularidad nadie tenemos duda de quién quedaría en primer y segundo lugar. Y no digamos nada del abuelo, Cide Hamete Benegeli; a ese nadie lo conoce.

A Goethe le salió el hijo díscolo. Hizo estragos entre la juventud de su época. Goethe, el padre, se avergonzó de él. Tal vez por eso le dejó la herencia a su hijo póstumo, Fausto. Y eso que éste hizo algunos contratos no muy encomiables con gente de mal vivir pero, según cuentan,  rectificó a tiempo.

Otro tanto le pasó en la antigüedad a Isaac con sus otros dos hijos, Esaú y Jacob. En este caso, el menor, por una cuestión de hambre y un plato de lentejas se quedó con todo. Y con la ayuda de su madre, que las madres siempre han sido muy importantes en la historia aunque la historia se haya empeñado siempre en silenciarlas.

Sin embargo no siempre ocurrió así.  No todas las madres ni los padres se han comportado como debían hacerlo y era su obligación. Fijaros, si no, en la historia de nuestros primeros abuelos, bisabuelos y tatarabuelos.

¿Dónde estaba la tatarabuela Eva mientras el bisabuelo Caín eliminaba de un quijazo a nuestro tío bisabuelo Abel? Pues enrollándose en una rama del árbol de la ciencia del bien y del mal con una hermosa serpiente, odalisca del paraíso terrenal.

¿Y dónde estaba el tatarabuelo Adán? Pues seguramente cuidando pacífica y amorosamente su rebaño de ciervas mientras inventaba la flauta de pan dulce y le escribía odas pastorales a Eva.

Pero volvamos a Goethe y a la historia de su hijo Werther que es lo que nos ha traído hasta aquí.


Werther era un romántico, como el joven Goethe, y como romántico y por definición, emborrachado y encendido por los primeros albores de la primavera. Y, como en el ciclo del fuego, lo que en principio surgió como una llamita en el pábilo de una vela se fue haciendo paulatinamente lumbre de hogar donde contar cuentos y fábulas en noches de conseja, llama de hoguera en la noche de San Juan y por fin incendio forestal incontrolado.



Menos mal que pasaba por allí el Bombero Alberto. Cuidadoso de su hacienda y de sus bosques y sus pastos no dio opción a que el ciclo del fuego terminara de forma natural en brasa, que la brasa se hiciera carbón y que el carbón con el paso de los siglos y los kalpas se convirtiera en diamante.  Pero así es la vida.

Todos llevamos dentro un pequeño Werter y también un Albertito[MA7] .

CARLOTA

Ésta es una palabra mayúscula. Si CARLOTA no hubiera existido Werter y Alberto habrían sido los mejores amigos del mundo. Habrían formado una sociedad en la que mientras uno se ocupaba de los asuntos de Dios el otro se afanaría por resolver los asuntos del Cesar. Una sociedad limitada perfecta. Pero el tercer socio siempre importuna.

Dios estaba solo y se aburría y creó al hombre a su imagen y semejanza. El hombre se aburría, lo tenía todo y se aburría y le pidió a Dios: ¿Por qué no haces alguien que sea carne de mi carne,  como yo? Y Dios creó a CARLOTA.

Y él, el hombre, Alberto, el hombre, Werter, ya no estuvo nunca jamás solo y aburrido:

Se acabó el hastío.

(Fue necesario esperar a Baudelaire y a sus amigos unos cuantos años más para que árboles plantados fuera de las tapias del huerto del edén nos dieran a probar de esa amarga fruta)


Cuando Werter llegó al pequeño pueblo de la campiña alemana, después de haber dicho adiós para siempre a su ex novia Leonor, embriagado por la recién estrenada libertad y por los aromas del campo, extasiado por la belleza de los brotes tiernos de las yemas en las puntas semidesnudas de los arboles recién despertados de su hibernal letargo, acompañaba su vibrante estado interior con el estribillo de una canción tarareada entre dientes y que Luis Eduardo Aute, algunos años después, declaró como suya en la oficina de patentes de la SGAE:  UNA DE DOS  

“O me llevo a esa mujer o entre los tres nos las arreglamos si puede ser”

A Alberto esa canción no le gustaba y mucho menos oída en boca de Werter. Le traía malos presagios.

Alberto había heredado de sus antepasados unas magnificas pistolas que nunca había llegado a usar. No era hombre violento. No le gustaban las armas pero sí era un hombre práctico. Y agradecido. Quería a Carlota y le gustaba verla alegre. Sabía que la presencia de Werter producía en ella un estado de felicidad envidiable que raramente había manifestado antes de la aparición de éste. Por eso le estaba profundamente agradecido. Pero todo en esta vida tiene un límite. Quería agradecerle el servicio al amigo y quería desprenderse de las peligrosas armas por más que fueran un recuerdo de familia. ¿Qué mejor cosa que regalárselas al amigo?

En su espíritu de hombre de negocios anidaba el instinto primitivo alimentado por la ley de supervivencia de obtener el mayor beneficio con la mínima inversión. Y eso de matar dos pájaros de un tiro no es cosa exclusiva del que suscribe, que quiere hacer dos fichas de lectura en una. Esta actitud, como algunos oficios, es tan vieja como el mundo.

Pero por mucho que un hombre se queje de su suerte, llámese Werter o Alberto, nunca llegará al extremo de sentir lo que pasa por el corazón de una mujer como Carlota que se debate entre dos amores irreconciliables e imposibles, entre Amor y Sacrificio.

Carlota sí que debe caminar sin caerse por el filo de la navaja, por el hilo de la tela de araña del puente colgante sobre el abismo. Si hubiera atendido a las demandas de Werter habría dejado de ser el sol hacia el cual el Ícaro Werter tendía sus alas de cera y se habría convertido en el mejor de los casos, o el peor, en Jeanne Duval para Baudelaire y en el peor, o el mejor, en Beatriz muerta para Dante o en Dulcinea intocable e inalcanzable para don Quijote. Pero a Werter como a Ícaro nunca le acompañó la prudencia y la sabiduría del caballero manchego.

ALBERTO

Cuando un arco se tensa demasiado siempre se rompe por le punto más débil. Este punto no se llamaba Alberto. Curtido en mil batallas al servicio del Cesar el caballero legionario no estaba dispuesto a dejarse arrebatar su colina y su botín más preciado. Carlota no era moneda de cambio. En esta cuestión no hay amistad que valga. Eso también es amor, o necesidad, o instinto de supervivencia a vida o muerte. Toma, te regalo mis pistolas y vete.

LA MUERTE DE WERTER

Alguien se tenía que sacrificar y le tocó a él. No fue echado a cara o cruz. Así al menos habría tenido una oportunidad. Sencillamente le tocó a él por destino. Como en la carrera por alcanzar el óvulo entre millones de espermatozoides él fue segundo, medalla de plata, eso sí  pero segundo. Alberto fue primero. La supervivencia de la especie es lo que cuenta. Ella, la portadora de la vida, no decide; acepta: “Cariño, te quiero a ti, pero él llegó antes y ya estaba cuando tú llegaste. No hay nada que hacer. Te recordaré siempre. ”

Como en la muerte de Gregor, su padre, su madre y su hermana salieron a ver amanecer, en la muerte de Werter, el cronista no lo cuenta, pero pasados los primeros momentos de dolor y de sorpresa, aunque en el fondo lo sabían, tras el entierro y las exequias Alberto y Carlota saldrían al campo a ver amanecer[MA8] , a ver subir el sol hacia un cenit no demasiado vertical, pues en una Alemania tan alejada del trópico es todo lo que da de sí un mediodía, y a ver atardecer y a  contemplar hermosas y duraderas puestas de sol amarrados de la mano y, cada uno en silencio, recordando al amigo que hizo el milagro de acercar sus almas,  la una a la otra, despertándoles de su letargo de insulsa vida provinciana.

Ninguna muerte es en vano. Una pizca de sal y de pimienta en el cocido da al plato un sabor que de otra manera nos hubiera resultado soso e insípido. Pero un plato confeccionado exclusivamente a base de sal y de pimienta sin otra cosa no habría habido estómago ni espíritu capaz de soportarlo.

Y fue así como Alberto y Carlota fueron felices, comieron perdices (de supermercado, eso sí,  porque aunque recuperaron las pistolas ya nunca jamás las utilizaron para ir a cazar) y como decía Sebastián Calleja a mi no me dieron porque no quisieron.

Y colorín colorado…
…este cuento se ha acabado


Julio Fidel Díez Reinares


(Volveré de la mano de Shakespeare: ¡aviso!)


SOBRESALIENTE 10,5

SIEMPRE QUE VUELVAS CON ESCRITOS TAN CREATIVOS COMO ESTOS, PUEDES AMENAZARME CON VOLVER Y VOLVER Y VOLVER Y VOLVER.
FELICIDADES POR TU INGENIO, POR TUS BUENAS LECTURAS Y POR TU CREATIVIDAD: DA GUSTO LEER FICHAS COMO ESTA.






 [MA1] TIENE GRACIA


 [MA2]PUES SERÍA UN LÍO MUY CONSIDERABLE


 [MA3]CONCEDIDO


 [MA4]NI SE TE OCURRA


 [MA5]¿NO TENÍA UNA ESCAPATORIA MÁS FÁCIL’


 [MA6]ESTA CITA ME PARECIÓ MUY SUGERENTE CUANDO SE LA LEÍ. LUEGO PUDE COMENTARLA CON ÉL.


 [MA7]¿Y UNA CARLOTITA?


 [MA8] SUPONGO QUE SÍ: QUE LA VIDA CONTINÚA

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