miércoles, 12 de febrero de 2014

El círculo perfecto

El círculo perfecto

-“Demasiada perfección es un error.” (El Topo: Alejandro Jodorowski)

-“Los errores tienen un carácter sagrado. No intentéis corregirlos.” (Dalí)

Cuando Luis (Español), nuestro profesor de Matemáticas, tomó la tiza para explicarnos el número Pi, dibujó en la pizarra un círculo perfecto, o una circunferencia perfecta: Alfa y Omega puntual y exactamente coincidentes. No satisfecho con ello, colocó en el centro mismo del objeto un punto minúsculo, tan minúsculo que se podía percibir nítidamente en él la dimensión cero del imaginario e inexistente origen de todas las cosas. No era un punto gordiano, ni tan siquiera un punto gordo. Insultantemente perfecto… y correcto.

El grito de la clase fue un unánime: ¡BRAVO!

Ni que decir tiene que el profesor ni se inmutó; tan acostumbrado estaba a este tipo de logros y manifestaciones subsiguientes.

A mí, sin embargo, me hizo recordar la última vez que fui testigo de un acontecimiento semejante. Fue hace aproximadamente algo más de cincuenta años (medio siglo):

Don Vicente (Ayuso) llamó al estrado a… (Le llamaré Manuel. En realidad se llamaba Manuel) Manuel. Fue en primero o segundo de bachiller, de aquel bachillerato nuestro que se comenzaba con diez años de edad.

Manuel se tomó su tiempo para descender desde el entarimado de asientos de madera corridos hasta la arena del circo donde los gladiadores, espada en alto, gritaban “Salve, Cesar, morituri te salutam” antes del combate.

El Cesar lanzó la pregunta al aire envuelta por una voluta de humo perfecta, (casi tan perfecta o más que la circunferencia que nuestro profesor de matemáticas de la universidad de la experiencia dibujó para nosotros, sus alumnos de hoy) como solo él sabía hacerlas:

-A ver: ¿Cuál es el área del círculo? (o la longitud de la circunferencia, no recuerdo bien pero para el caso tanto da)

Manuel tomó la tiza, dibujó algo que intentaba asemejarse a un círculo… y esperó… y esperó…

... ... ...

El Cesar, don Vicente (Ayuso) también esperó… y esperó… y esperó… y esperó…

... ... ...


En medio de tanta espera sin esperanza para el sufrido gladiador, las volutas de su cigarro (en esta clásica técnica de avezado fumador era incluso mejor que en la enseñanza de la matemática) se sucedían concéntricamente, dibujando en el aire algo muy similar a un sistema solar en expansión cada vez más parecido al propio universo…
... ... ...

La bruma en la clase era densa… el silencio más denso aún… se podía cortar… y mascar… al igual que la tragedia que se avecinaba…

... ... ...

 (Como me da tiempo, antes de llegar al fatal desenlace que, como habéis intuido y acertadamente adivinado, iba a desencadenarse, quiero aclarar que la circunferencia que mi amigo y compañero de juegos, risas, lágrimas, sudores y sinsabores dibujó en la pizarra, en nada se parece a la del hábil profesor de nuestra aula de la universidad de la experiencia. El Alfa y el Omega de la circunferencia de Manuel eran como dos imanes enfrentados por el mismo polo. Parecían evitar el encuentro como dos enemigos irreconciliables que se temen.)

El profesor, Don Vicente, que veía que el tiempo corría inexorable hacia la hora final del toque de trompeta, o de chicharra, que anunciaba el final de la clase  y que el combate se le escapaba de las manos amenazando una final en “tablas”, optó por desatascarlo dándole una última opción al adversario. Así dijo:


-Y eso… ¿qué es?
Y Manuel:
-Un corroncho.
Y Don Vicente:
-Pues… ¡CORRONCHO!… y al sitio.


Y con sus delicadas manos de matemático y geómetra perfeccionista dibujó en la cartilla donde anotaba las calificaciones de sus alumnos, en la casilla correspondiente a Manuel, una circunferencia perfecta que encerraba a un círculo perfecto, esta vez sin centro: (o)

En ese mismo instante, en el que el Alfa y el Omega del Corroncho de Don Vicente se estrechaban en un abrazo cósmico, como si los Ángeles del Apocalipsis con sus trompetas hubieran estado esperando la señal de la batuta del Supremo Director de Orquesta, sonó la chicharra y pudimos salir al recreo a jugar y a liberar la tensión acumulada en  la hora anterior, haciendo  impactar el balón con toda la energía de que nuestro pie era capaz contra los cristales de las ventanas del patio. Aquel día, en el partido, mi amigo Manuel metió ocho goles él solito y rompió tres cristales. Fue su día de gloria, aclamado por todos nosotros, sus compañeros, como un héroe. De lo sucedido en clase apenas quedó un punto sin dimensión en la memoria. La mente es inteligente y el corazón sabio. Únicamente yo lo recuerdo nítidamente y por eso he podido rescatarlo para la historia.

El círculo imperfecto

Nada ocurre por casualidad. En el entramado mecánico del Gran Relojero cada pieza tiene su lugar, cada tornillo su tuerca y cada acontecimiento su razón de acontecer, su objetivo y su fin. Tardamos en apreciarlo pero la pequeña pieza del gran rompecabezas que no encuentra su sitio y está ahí estorbando en medio de todo el resto, al final reconoce su hueco y se ajusta a él con total exactitud. No es preciso embutirla a martillazos solamente para quitárnosla de encima porque nos está incordiando. Como dice la máxima, “todo lleva su tiempo”. (50 años).

¿Cuándo me di cuenta yo de la trascendencia del corroncho imperfecto de Manuel?

(Esto se verá en el próximo episodio)

Luis Eduardo Aute Pasaba por aqui.1980