miércoles, 23 de abril de 2014

El círculo pluscuamperfecto

El círculo pluscuamperfecto



Después de formular, desarrollar y presentar mis dos trabajos anteriores, El círculo perfecto y El círculo imperfecto ante mis dos profesores de matemáticas y de obtener la calificación cum laude correspondiente, un triste aprobado con seis y medio, y una vez superado el primer impacto, he llegado a la conclusión de que no ha sido por causa de su baja calidad, aunque debo reconocer que uno de ellos no es perfecto, sino por la parquedad en mi exposición. Hay sin embargo mucho más saber y sabiduría en estos textos de lo que se ve a simple vista. No he sabido explicarme con la perfección suficiente. Voy a tratar de corregir mi error con mi tercer trabajo: El círculo pluscuamperfecto. Será un ensayo, un ensayo-error, método científico.

Considerando el nivel de exigencia al que tienden mis maestros a la hora de calificar, mucho me temo que todo lo más que voy a conseguir va ser una condescendiente consideración de “Errata. No importa. Patentaré el método, tan científico como el que más, y con ese nombre quedará grabado a fuego y tinta en los anales de la historia. Será mi aportación a la comunidad científica. No quiero el Nobel. Que a mis amigos/as no se les ocurra proponerme. Lo rechazaré. Me basta con su afecto,  sus abrazos (*), sus besos (*), sus caricias(*)…

(*) Fe de erratas: Corrijo la errata, el rumbo y la derrota: Otra vez he vuelto a caer en mi recurrente error o errata al que tan propenso soy cuando confundo la Comunidad Científica con la Comunidad de Científicas…  (¿En qué andaré yo pensando…?) Aunque pensándolo mejor, mejor no lo corrijo. Todo es bueno p’al convento. Tal vez algún alumno aventajado de una futura generación, avispado y astuto sepa cómo aprovecharlo. Aquí queda para él y para la posteridad. No quiero más honores de los necesarios. Me basta con tu sonrisa furtiva...

Ensayo de nuevo: ¡Un triste seis y medio! Si al menos se hubieran estirado unas décimas hasta el seis con sesenta y seis, el número de Belfegor, (666 centésimas),  lo habría entendido: dos tercios de diez. Con un tercer trabajo, otro tercio, diez (9,99): Matrícula de honor. Pero con un seis y medio, si quiero llegar a este objetivo como pretendo, me obligan a tener que superarme: no basta con hacer un trabajo perfecto; tiene que ser pluscuamperfecto.

Parece imposible pero en matemáticas como en lengua y literatura, al igual que en los cursos de religión y de milagros, nada hay imposible. Con imaginación todo es posible. Yo voy a tener que echar mano de la mía, algo oxidada por falta de uso, y recurrir al número imaginario: “i”: Raíz de menos uno. La solución definitiva de un problema se obtiene atacando a fondo la raíz. Los números negativos no tiene raíz, al menos cuadrada, por más que se empeñen algunos matemáticos obsesionados en cuadrarla, todo lo más una ridícula radícula,  como las setas, como la amanita phaloides, que además de bella y atractiva es venenosa, muy venenosa, como algunas que yo conozco.

Hay que ser positivo, muy positivo, como yo, por ejemplo, que me habría venido abajo y me habría hundido con esta calificación si hubiera sido negativo. Pero soy positivo. Cero positivo, cero, cero a la izquierda, sí, pero positivo al fin y a cabo. Édison, que también era positivo, se murió quedándose con las ganas de haber patentado en vida, que no inventado pues quien de verdad inventaba para él era su negro Nicola Tesla, una máquina para hablar con los muertos. Ahora creo, más bien sé, que andan trabajando los dos en una máquina de hablar con los vivos. Estoy en comunicación con ellos.

En la ciencia, como en los túneles subterráneos que se hacen en las cordilleras de los Pirineos y los Alpes para facilitar el paso a trenes y camiones o bajo el canal de la Mancha para navegación submarina de los barcos, es mejor empezar por los dos lados. Si nos encontramos, acabamos antes. Y si no, tenemos dos. En este equipo ahora el vivo soy yo. Espero que dure. Si estuviéramos los tres en el mismo lado acabaríamos estorbándonos. Y eso retrasa mucho. Ellos no van a volver aquí, así que yo voy a continuar con mi trabajo de investigador de pico y pala por este lado del tiempo todo el tiempo que pueda.

Ojala que nos encontremos antes de que toque el silbato final del partido y me vea obligado a cambiar de bando y tener que jugar junto a ellos. Tanto genio, tanta figura, solo fomentan el estéril individualismo que conduce irremediablemente al fracaso. Seríamos ya tres y eso es demasiado. Uno no es ninguno, dos es uno, tres es multitud. Esto no es ciencia matemática pero así me lo enseño mi abuela y no pienso cuestionarlo. Quiero aprovechar la ocasión que se me presenta para hacerle de paso un homenaje, que las abuelas también tienen sus derechos y su corazoncito. Resumiendo: genio y figura hasta la sepultura, pero no más allá. Y si no nos encontramos a la mitad del camino lo mismo da: yo sigo.

Nicola Tesla era imaginativo e imaginario, como la raíz de menos uno. Era científico, muy buen científico y con mucha imaginación. Tenía una mente muy compleja llena de números imaginarios y complejos, muy complejos, tan complejos que sólo él los entendía. Aplicó sus conocimientos a la electricidad. De hecho, creo que la inventó o la descubrió él solito pero no le dejaron patentarla. Era extranjero y peligroso. Su lema fue éste: “Energía gratis para todos”.

Esto no gustó a los mercaderes del templo que se estaban forrando y haciéndose ricos amasando inmensas fortunas sin esfuerzo a costa de y gracias a lo que ganaban vendiendo mercaderías imaginarias a los pobres parias de la Tierra. La palabra “gratis” sonaba a sus oídos a blasfemia. Jamás les tembló la mano a la hora de excomulgar y  condenar al ostracismo a los intrusos irreverentes. (¡Hay que tener un cuidao con ellos…!)

En el mundo conocido, tangible y físico, del uno al otro confín, nos movemos en dos o tres dimensiones y, con un poco de esfuerzo, en cuatro. De ahí para arriba todo es imaginario. Hay que entrar al mundo de los sueños para alcanzar a vislumbrar una pequeña luz, aunque sea eléctrica, una pálida llama en el débil pábilo del frágil candil en la niebla. Eso es lo que hizo Jacob en La Biblia. Se tumbó, puso su cabeza sobre una piedra a modo de almohada y se durmió. Hasta aquí como yo. Pero soñó. Soñó con una escala que subía hasta el Cielo.





En realidad era una escalera de caracol y la escalera de caracol todos los que hemos estudiado un mínimo de matemáticas ya sabemos que está construida en base al número de oro, irracional pero pluscuamperfecto, phi.



Al igual que la unidad de longitud es el metro o la yarda, la de capacidad el litro o el botellón, la de economía el euro o el dólar (ya algo anticuadas y obsoletas, muy pronto van a ser sustituidas por el yuan que se convertirá en moneda única y universal), la de oración el padrenuestro o el avemaría, la de imaginación también tiene la suya: el número imaginario “i”.

Esta sí que es una unidad única y eterna sin fecha de caducidad. Yo no la cambio por ninguna. En economía me he apuntado al yuan apostando por futuros jugosos y rentables huyendo de refugios arcaicos de valores engreídos, ancianos carcamales asilados en favelas con goteras o burbujas financieras. He cambiado la larga plegaria del rosario y la breve avemaría por la corta letanía del “¡aydiosmío!” y el “¡pobredemí!” porque mi cuerpo no está ya para estas retahílas y el pan nuestro de cada día lo obtengo tras paciente espera en la fila de la Casa de Caridad.

También, tras una decisión muy meditada, he pasado en capacidad y volumen de burbuja del litro al botellón y a la litrona y por ende y sin remedio en longitud de mi pisada del metro al pie y del pie al traspiés en la boca del metro.

,5


Cuando contemplo mi calificación definitiva de “6,5” a veces mi imaginación, tendente por naturaleza a la locura y al desvarío, a la depresión y a la hipocondría, se pregunta si el “6” no habrá sido una transcripción benevolente del corroncho imperfecto dibujado a mano por uno de los dos profesores (el otro ya sé que lo hace perfecto) y el “,5” una generosa propina para que el número resultante “0,5” manifieste su carácter positivo y pueda exponer con orgullo una raíz cuadrada real y con los pies en el suelo sin necesidad de acudir a la excesiva imaginación que requiere el uso y el abuso del número imaginario.

Tras muchas dudas y vacilaciones y después de múltiples consultas y discusiones con mi amigo, mi amigo imaginario, tragándome en un plato combinado y único la vanidad y la pedantería, he decidido renunciar a todo tipo de reclamación y aceptar como válida y justa la calificación obtenida, evitándome así males mayores y resultados peores de lo buscado y querido.

Julio Fidel
El círculo pluscuamperfecto 

 PHIn

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